28 agosto, 2009

Gato Dumas

Carlos Alberto Dumas aka Gato Dumas (1938-2004) fue uno de los cocineros más representativos de América del Sur y más específicamente de Argentina.

Hijo único de padres adinerados, deja sus estudios de arquitectura para dedicarse de lleno a la cocina y en Londres conoce a Carrier al que considera su único maestro.

Dió a luz a muchísimos restaurantes (incluso uno en Asunción). Fue el primero en incluir diseño a los restaurantes en Argentina y dignificó la carrera de cocinero en la región. Entre sus alumnos figura
n Guillermo Calabrese, Martiniano Molina y la paraguaya Sarita Garófalo que fue pasante.

Transcribo una entrevista sin desperdicios que encontré en el sitio español chefuri

El hombre fue, sin lugar a dudas un hedonista. Inteligente, culto, divertido, exagerado y a veces arbitrario. Fue pintor y escultor pero abandonó la plástica. Supo que no podía ser el mejor, sería uno más. En la cocina no, quiso ser alguien y lo logró.

Sabe muy bien lo que le gusta. Y lo que detesta: no le gustan los platos para un museo de Arte Decorativo, no come animales salvajes, sólo de criadero, detesta las tilinguerias fashion respecto de los vinos. Milita en la línea de Ada Concaro y Jean Paul Bondoux, la cocina debe dar un inmenso placer.

Casi autodidacta, reconoce un maestro en Londres, Carrier y una herencia gastronómica, la de su abuelo el escultor Lagos, un bon vivant que preparaba platos de atelier en su taller parisino para Picasso, Lorca & Cia. En la Argentina, en los años 60, revolucionó la cocina, tanto como lo hicieron después los franceses de la Nouvelle. En Buenos Aires especialmente se puede hablar de una cocina pre y post Dumas.


¿Cómo era la cocina argentina, mejor dicho la porteña, hasta la época en que abrió su primer restaurante, a mediados de los 60?

Aburrida. Menús idénticos. No había restaurantes, es decir sólo existían los de los grandes hoteles de entonces, el Grill del Plaza, el Grill del Alvear. Y otros de medio pelo: el Odeón, Lo Prete, Emiliana, Río Bamba, los Munich.

Y las cantinas.

Claro, eso es lo que yo digo que es la verdadera cocina argentina. Una mezcla de razas, como nosotros. Estaba el almacenero gallego y el hijo se casaba con la vecina polaca. La polaquita aprendía cocina gallega y se casaba con el italiano de la verdulería.

Era una cocina fusión

Una verdadera cocina fusión que se dio naturalmente. Si uno invita a un italiano a comer esa cocina dirá que nunca en su vida comió esa cocina italiana. Es una cocina argentina. El locro no es argentino. Es paraguayo, boliviano, del norte de Chile, el maíz viene de Méjico y el locro es puro maíz.

Pero tuvo su raigambre

No. No hay tantos lugares donde se pueda comer locro en Buenos Aires, aunque últimamente los restaurantes modernos estén reivindicando la cocina regional. La cocina es lo que le dije, esa mezcla. Hasta el steack au poivre en versión argentina: papas a la crema con una salsa picante. O comemos picante o no comemos picante. Me acuerdo de un amigo que pidió en un restaurante steack au poivre, le expliqué y dijo, ah, un bife con pimienta, bueno tráigamelo sin pimienta, le dijo al mozo. Esa era la cocina, que usted llama pre Dumas.

¿En qué revolucionó usted la cocina?

Yo venía de aprender, intuitivamente y por necesidad, en Inglaterra con un tipo que revoluciono la cocina, Robert Carrier. El inventó las recetas fichas, después las copió la revista Elle. Inventó una cocina moderna. Yo vivía en una casita en Londres con dos dominicanos, un americano y un colombiano y pagábamos entre todos. No podíamos ir a restaurantes caros, cocinábamos, inventábamos basándonos en Carrier. Ese fue el inicio de mi revolución, porque además trabajé en el restaurante de Carrier y copiaba. Había de todo en Londres y a Carrier le comprábamos las recetas supermodernas, fáciles y ricas. Un tipo raro, buen mozo, homosexual, hijo de francés y americana. Fue el primero no hubo otro antes, fue el que revolucionó, el que metió el bichito de la cocina en al época de los Beatles. Tenía un restaurante que se llamaba Carrier, en The Angel en el bario de Islington. Él inventó el primer menú ejecutivo, lo copié y lo traje a Argentina. Le puse menú del mediodía, fui el primero en el año 1969. Carrier fue un reciclador de platos clásicos, lo que ahora está tan de moda. Tuve la suerte de trabajar con él.

Hábleme de su primer restaurante

Bueno, La Chimère hizo historia. Nadie había hecho en esos momentos una casa a partir de cero para instalar un restaurante. Los lugares no tenían diseños y nadie se preocupaba por la luz, las mujeres no van a un restaurante muy luminoso porque no se sienten ni cómodas ni lindas, si no pongo un baño bueno, tampoco van. Dereck Foster lo criticó en el Herald porque era una hoja muy grande, con pocos platos. Fui quien acortó las cartas. Tenía ocho, diez platos que iba cambiando. Nada que ver con ese horror que todavía se llama cocina internacional, con menús infinitos.

Fue allí donde realmente se convirtió en cocinero.

Claro, no podía conseguirlos, no lo podía traer a Pedro Muñoz, aprendí a cocinar profesionalmente y contraté a un catalán Juan Brualia, muy mezquino: trabajaba de espalda para no mostrar pero me la arreglaba para cambiar algunos platos con lo que había aprendido en Londres, espiaba. Y le puse nombre atractivos, como aquellas papas quiméricas. Me acuerdo que Marta Baines me dijo que me felicitaba y que tenía miedo por mi arrojo y por mi valentía porque me iba a resultar difícil por la inexistencia de productos. Por ejemplo no había hierbas. Al tiempo apareció Ada Concaro que si las usaba inventé el concepto la cocina de barrio. Para mí era muy caro mandar a alguien a buscar productos raros lejos, por ejemplo al Mercado de Belgrano. Cocinaba con lo que conseguía a tres cuadras a la izquierda, tres cuadras para atrás. Después vino el Drugstore, y después Clark' s Junín, lo ambienté como un pub, con maderas de demolición. Lo armamos y lo llevé de contrabando a Brasil donde llevé a dos señores lustrados a muñeca. Usé maitres y mozos argentinos, todos se quedaron a vivir en San Pablo.

Yo lo conocí en Buzios, me acuerdo que me preparó un carpaccio buenísimo.

Si, en el 80, cuando volví a Buenos Aireas, armé el Gato Dumas. El primer restaurante en la Argentina que llevó el nombre del cocinero.

Pero usted tiene antecedentes históricos que lo relacionan con la buena cocina.

Si algo de historia y algo de mito. El Turco Lagos mi abuelo fue un gran escultor y cocinaba con Pepe Yzaguirre otro bon vivant. Mi abuelo vivía en París e Izaguirre en Biarritz. Cocinaban, se divertían como locos. Mi madre nació en París.

Y en su casa se comía cocina francesa ?.

En casa siempre se comió muy bien, había cocineras. Una tradición heredada de mi abuelo. En París todos los domingos los amigos iban a almorzar a los de los Lagos, en la casa, no en el atelier. Una cocina afrancesada, pero suculenta. Y en su taller hacían platos de atelier. Se juntaban y cocinaban, Picasso, otros pintores y escritores. Cuando mi abuelo volvió al país, Neruda era cónsul chileno. Lorca y él almorzaban en el atelier. Mi abuelo fue quien hizo el monumento a Falcón que esté frente al Café de la Paix, en Recoleta, encargado por el gobierno cuando lo mataron a Falcón y a su chofer. El gobierno le encargó el monumento a Falcón, con lo que ganó se casó con mi abuela y se fueron a vivir a París.

¿Usted se retiró definitivamente como restaurateur?

Me dio rabia leer en un libro de Vázquez Montalbán: qué pena que se ha retirado el Gato. Me he retirado de los restaurantes, pero no me retiré de la Argentina, tengo colegios, lo hago porque es un buen negocio.

¿De acuerdo a lo que nota en su escuela, usted cree que los jóvenes ahora tienen más creatividad?

Paul Bocuse me preguntaba por qué los argentinos no tenían creatividad, por qué copiaban a los franceses. Yo creo que la cocina de hoy se divide en dos segmentos, uno es la cocina que estamos defendiendo yo, Bondoux, Ada, la cocina para comer, del placer. La otra cocina es para el museo de arte decorativo o para un concurso. Hay cocineros que se dedican a enseñar, otros a restaurantes y otros a concursos. Los que trabajan para un museo decorativo, pueden ser magníficos con sus técnicas, pero si los platos no son ricos, no sirven. Hay mucho de eso. Me parece genial, pero lo que quiero es comer. Siento un placer enorme por los sabores, los aromas, los perfumes que me pongo encima, las texturas. Me encantan las texturas, no en cuatro gotitas, sino en una salsera al costado. Hoy día te hacen una torre y arriba dos muslitos de codorniz.
La torre se derumba, eso no es cocina. Yo estoy haciendo cosas rarísimas, y me dije: me van a copiar. Abrí una revista y el chef Gualtieri usó unos platos que invente, con cortes de vidrio.

¿Le gusta todo o tiene algunas fobias?

Todos menos la lengua y el pepino. La lengua porque no me gusta la textura.

¿Cuando viaja prueba de todo?

He tenido la mala suerte de trabajar en Nairobi y tuve que comer cebra, león, elefante, muslo de jirafa, mono, tuve que hacerlo por problemas contractuales, me costó mucho comerlos. Hoy no cocino ni como animales salvajes, que sigan siendo salvajes. Como cosas de criaderos. No voy a matar nada, como lo que tengo muerto y de criadero. No podría volver a comer un hortelan, es un proceso cruel, el foie gras es un poco lo mismo pero los patos y los gansos están criados para eso. Los pajaritos,no.

Usted es un gran enófilo, hábleme de sus preferencias.

Hace unos años en el Epicúreo, yo tenia 26, 27 años tuve una discusión con Federico López, el creador de la Bodega, un tipo genial, el padre de Carlos. El me habló del añejamiento en roble de los blancos, yo le dije que quería abrir una canilla y tomarlos para tener todos los aromas que podría dar una uva y no cambiarle el gusto. Eso no era un vino. López después me dio la razón. Los blancos, jóvenes. Y no me interesa el Malbec, me parece demasiado carnoso, Prefiero un Merlot, un Malbec me vence y yo quiero vencer al vino. Merlot, por favor. Si es posible un Petrus, que es un Merlot.


Pero puede definir un estilo, diferencias entre vinos clásicos y modernos?

No creo en la historia de las modas. Los vinos son sublimes. Yo dije hace muchos años que el Syrah se iba a poner de moda. Los vinos son demasiado sublimes para hacerlos pelear.



4 comentarios:

  1. groso de la cocina si los hay , aunque no este fisicamente dejo su esencia en el aire de todas las cocinas argentinas

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  2. Y te dire que dejo su escencia en la cocina regional. Aca se lo quiere mucho al Gato

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  3. Gracias Ruben. Me emocionó leer esta entrada sobre El Gato Dumas, al que conocí personalmente. Comí muchas veces en uno de sus restaurantes en La Recoleta e invariablemente pedía como primero su mousse de verduras tricolor que era sublime. Definitivamente ni la cocina argentina ni el barrio de La Recoleta serían lo que son si no fuera por ése maestro (no le gustaba que lo llamaran "cheff")

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